Dícese de un caballero cargado de sueños,
ataviado con botas y sombrero,
esperando en la puerta a su amada,
para su admiración y futuro cortejo.
Tal fue su impresión al verla,
que no cesó hasta poseerla.
Bien parecida era la bella dama,
sencilla, ingenua, y hasta educada;
que sin rechazar a este caballero,
lo hizo suyo,
con la fuerza y el gesto de su dedo.
Ni botas, ni demás abalorios conservó,
al distraerse en sencillas minucias,
se abandonó.
A la mala suerte le dio la mano,
y uniéndose a ella, lo acompañó;
hasta el jardín del frío infierno,
dónde su corazón herido lo llevó.
Desterrado de sí mismo y sin otro enemigo que el amor,
aún hoy sigue vagando por esas tierras,
que ya no le guardan otra cosa, más que pesadumbre y dolor.
Muy bonita historia, pero casi como siempre triste final. Enhorabuena
ResponderEliminarGracias Sergio. Así suele ser. No por ello debemos abandonarnos al destierro de la infelicidad. ¡Buen día!
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