lunes, 16 de noviembre de 2015

Ojos de piedra.

Guardando su inmaculada pureza,
levantó la mirada con resignación y tristeza,
hacia una senda incierta,
oscura y con mucha maleza.

Deteniéndose en su caminar,
hizo acopio de artimañas apropiadas,
para poder proseguir en su camino,
sin temor, con cautela hacia lo desconocido.

Continuó rezagado del resto,
refugiándose en su sombra,
para así poder confesarle,
lo duro e hiriente que es sentirse:
loco, débil, un muerto de hambre.

Un atisbo de alegría,
le mantenía en pie pensando,
en todos los que con él iban,
su familia, su gente, ningún extraño.

Compartiendo lo que llevaban,
mantas, agua, pan y vitaminas;
nada que pudiera hacerles volver a ese infierno,
del que se vieron obligados a huir,
con lo puesto y sin cobardía.

Lástima al ver familias rotas,
lágrimas en ojos que no cesan;
sin encontrar otro consuelo,
que el hacerse fuerte,
y no volver la cabeza.

El futuro los acogerá,
allá donde el destino los lleve;
muchos nunca se pondrán en su lugar,
aunque su cabeza, boca y ojos... se sequen.

Dedicado a todas las víctimas de guerras.